Massa vegades els intel·lectuals
abdiquen d’una de les seves raons fonamentals com és la d’explicitar de manera
clara i contundent allò que la resta de mortals veiem i entenem però que no
sabem explicitar. Una denúncia que és fonamental per establir el cert control
exterior que la democràcia exigeix. Abdiquen d’aquesta funció ja que massa
vegades son dependents dels estaments oficials que la mateixa democràcia ha
creat en el que pertoca a habitual medis de subsistència com ho son
conferències , presentacions , premis, càrrecs i prebendes vàries.
Sortosament encara queden alguns
valents capaços de cantar la canya sense vergonyes ni embuts. En Javier Marías
n’és un d’ells. Cada diumenge des de la seva trona de EPS ens fa el sermó
setmanal que il·lumina els pensaments dels seus fidels, entre els que em trobo.
Aquest cap de setmana la seva columna és simplement espectacular. Per això no m’estic
de penjar-lo en el post d’avui amb el consell de llegir-lo detingudament.
LOS QUE MANDAN
El truco es viejo como el mundo, no se entiende cómo aún
funciona, y quizá hoy más que nunca. Hice hablar de ello a un personaje de mi
novela más reciente, que se hacía una reflexión parecida a esta: no es sólo por
necesidad o comodidad por lo que uno delega en otros, sobre todo para los
asuntos ingratos o los trabajos sucios; el que da la orden de matar a alguien y
contrata a un sicario puede llegar a convencerse de que apenas tuvo que ver en
el asesinato, al fin y al cabo él no estaba allí cuando se cometió; por
inverosímil que parezca, cabe la posibilidad de engañarse hasta las últimas
consecuencias, se puede poner en marcha una cosa y después “desentenderse”, y
por supuesto culpar al que se manchó las manos. No en balde los actores y
cantantes, los escritores, los boxeadores y los toreros cuentan con
representantes, agentes, managers y
apoderados respectivamente. No sólo les sirven para ocuparse de la burocracia y
conseguirles condiciones mejores, asesorarlos en cuestiones que los aburren o
de las que poco saben, también para quitarse responsabilidades. “Eso es
decisión de mi agente”, se escaquean. “Mi representante no me lo permite”, como
si el delegado tuviera potestad para imponerles algo. Salvo con los actores,
escritores y demás muy tontos o despistados, muy inútiles o ensimismados, eso
nunca es cierto: son ellos quienes tienen la última palabra. Otro tanto ocurre
con los clientes y sus abogados, los empresarios y sus asesores, los
Presidentes y sus ministros. Pero, si ellos mismos son capaces de persuadirse a
veces de que son “inocentes” de lo que ejecutan sus subordinados o secuaces,
¿cómo no van a convencer al resto, a la gente corriente?
El truco funciona aún tanto que hace unas
semanas los jueces (que no son precisamente del montón, sino personas formadas
y duchas en detectar triquiñuelas) cayeron en la ingenuidad de desestimar como
interlocutor de sus protestas y reivindicaciones al Ministro de Justicia, que
ha conseguido sublevar a magistrados, fiscales, abogados y procuradores y
a la población entera, independientemente de sus tendencias e ideologías. “Hay
que hablar de poder a poder: con el Presidente”, dijeron. ¿De verdad creen que
habría alguna diferencia si su interlocutor fuera Rajoy? ¿Que Gallardón toma
decisiones injustas, hace reformas abusivas y demenciales por cuenta propia y
con toda libertad? ¿Se imaginan que Rajoy sería más razonable? ¿Acaso ignoran
que los actos de Gallardón los dicta su superior, o si acaso FAES, la fundación
de Aznar, que le va señalando el camino y el modelo de Estado? Lo mismo sucede
con el hipervitaminado torete Wert, al que desde el primer día se le subió a la
testuz el cargo. Que el pobre se haya desquiciado a nivel personal y se haya
“animalizado” no significa que obre espontáneamente, hasta ahí podíamos
llegar. Sus reformas, sus recortes, sus sumisión a los obispos, su lunático
deseo de españolizar a los españoles (es otro que ha logrado ponerse en contra
a la sociedad en su pleno: rectores, profesores de todas las enseñanzas,
alumnos, padres de alumnos, artistas, empresarios culturales), no son meras
ocurrencias suyas, por mucho entusiasmo que haya decidido aplicarles como buen
siervo que es. Obedecen a un plan, son órdenes de los que mandan; su
reclamadísima dimisión no serviría de nada. Tampoco Montoro actúa por propia
iniciativa (con su vocezuela), ni Mato en Sanidad, ni Fernández Díaz en
Interior; ni siquiera el subalterno-sustituto de Aguirre en la Comunidad de
Madrid, aunque parezca enfrentado con el Gobierno en su aspiración a cobrarle a
la gente un euro por receta médica. Todos están supeditados al Presidente,
todos siguen sus consignas.
¿Cómo es posible que la población se crea
–jueces incluidos- que en un partido congénitamente autoritario como el Popular
los delegados van por libre? (Ese partido, no se olvide, fue fundado por Fraga,
ex-ministro de Franco, y jamás ha utilizado otro método para designar
candidatos que el dedo de quien está más arriba; desconocen lo que son
elecciones internas o primarias.) Hace ya muchos meses, al poco de ocupar Rajoy
la Presidencia, dije aquí que su estilo de gobernar y escabullirse era
claramente heredero del de Franco, a buen seguro su mayor maestro. Lamento que
el tiempo me haya dado la razón con creces, porque, tras tanto decreto-ley y
tanta imposición de su mayoría absoluta, tanto menosprecio del Parlamento y de
la oposición, tanta amenaza poco velada a los medios críticos y tanto
incumplimiento de sus promesas y de su programa, tanto atropello a los derechos
de los españoles arduamente adquiridos, a este Gobierno sólo le queda de
democrático la manera en que fue elegido. No hay que remontarse a Hitler para
recordar que a un Gobierno no le basta con eso para ser democrático: el timbre
ha de ganárselo a diario, en sus formas y en sus fondos. Rápidamente, en sólo
un año, nuestro país se va pareciendo –algo o bastante– a la Venezuela de
Chávez, a la Italia de Berlusconi, a la Rusia de Putin y a la Argentina de
Cristina Fernández, es decir, a pseudodemocracias o regímenes más bien
despóticos, aunque salidos de las urnas. Los máximos responsables no son los
subordinados, por selváticos y desagradables que sean los actuales ministros.
Ellos cumplen, sobre todo, lo que les exige el que manda, sea éste Rajoy o –aún
más grave– el 2consejo pensante” de FAES, al que nadie nunca ha votado.
JAVIER MARÍAS
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