Amb aquest magnífic i seductor títol en Vicente Verdú, esdevingut per a mi en el veritable esteta de capçalera , ens presenta el seu article dels dissabtes a ElPaís. Uns articles de lenta digestió però que esdevenen en veritable aliment espiritual per aquells a qui l’art , o millor dit, les arts , son un quelcom més que un bucòlic plaer visual.
Avui Verdú aposta per un concepte tan abstracte com ho
és del sentiment de la bellesa en la contemplació artística. Frases com “el
bonic no té res a veure amb la bellesa” o “el bonic serveix per referir-se a
tot el que no és art” o “l’impressionime és ja a questes alçades , bonic” , son
simples apunts d’un article impagable que cal llegir i el que és millor,
reflexionar al respecte de la profunditat de les seves tesi.
Per això i principalment per que em complau en
sobremanera i no el trobo gens bonic , el publico en aquest post
La maldición del cuadro bonito.
Vicente Verdú
Hay una circunstancia que puede afectar
mortalmente a un cuadro y es que resulte bonito. Lo bonito es una especie de la
que —como de la peste— debe huir el buen pintor. Lo bonito provoca un efecto
tan popular que puede contagiar a casi todo el mundo. Lo bonito, lo bonito del
norte y lo bonito del sur, apesta. Lo bonito no tiene nada que ver con la
belleza ni tampoco con la originalidad. Mejor dicho: constituye la negación de
la originalidad puesto que si triunfa es precisamente gracias a su condición de
cosa ya vista. Ya está visto y al volverlo a ver se obtiene un plácida
sensación en cuyo seno baila lo bonito.
Otra cosa muy diferente es la belleza. Mi querido amigo Eugenio
Trías opuso, en su libro inolvidable, lo bello y lo siniestro. La otra cara
majestuosa de la belleza es su faz siniestra. Tanto en un caso como en el otro
alcanzan la categoría de lo sublime y enriquecen con ello al espectador. Lo
enaltecen o lo hacen sucumbir en un abismo excepcional. De una u otra manera el
sujeto se halla frente a un suceso que le trasciende y la procura inmortalidad.
Lo bonito, sin embargo, es además de mortal, altamente degenerativo.
Todo cuadro que se sintetice en la exclamación de bonito abdica de
todo interés superior. O mejor, esta calificación lo ratificaría en su
enanismo. Lo bonito vale para referirse a casi todo lo que no es arte. Cuando
traspasa esa frontera, el arte acaba a sus pies.
Mientras lo bello se opone a lo siniestro, en el fondo cruzan sus
divinas manos. Por el contrario, cuando lo bonito se opone a lo feo, en el
fondo se cruza la mediocridad. Ahora ya puede decirse que es incomparablemente
más cool lo que se basa en cualquier registro
de la fealdad. No hace falta reunir ejemplos de la música, la moda o el cine.
Lo bonito es un subordinado satélite de lo feo pero se comporta, además, con la
náusea de lo feo escarchado.
El impresionismo, por ejemplo, es ya, a estas alturas, bonito. Fue
al principio insoportable y salvaje pero ahora es doméstico, muy comestible y
dulzón. Las colas que convocan su exposiciones son regueros de gentes ávidas
por saborear su confitería cultural de ahora. No hambrientos por sus orígenes
sino por sus presentes de azúcar.
O dicho inversamente, lo más dulzón y pastelero es reductible al
orden de lo bonito. Justamente, la melaza de la que se compone lo bonito
empastela al cuadro que la posee. No hay cuadro bonito que visto varias veces
no lleve por tanto a la angustia. De este modo, ARCO es una ocasión para
realizar esta experiencia digestiva.
Este año, dentro de la organización de la feria, funciona una
asesoría para coleccionistas novatos (fresh collectors) que se propone
orientar a todos aquellos que no tienen gusto alguno ni vergüenza en
reconocerlo. Gracias a esta consultoría, ciertos artistas llegan a realizar sus
ventas, puesto que lo primeros consejos efectivos a los coleccionistas, según
los mismos asesores, son aquellos que abundan en lo que de antemano les ha
parecido más o menos “bonito” a la clientela.
Hay que huir de ellos como de la peste. O quizás no. Porque lo que
se trata es de vender cuadros y cuantos más mejor porque ¿cómo podrían vivir de
otro modo los artistas? Hay que vender los cuadros mejores, los cuadros peores,
pero sobre todo los bonitos. Porque los bellos de verdad es probable que tarden
años en cotizarse. Es decir, demandarse tanto como portentos de la belleza o
como gigantes de la monstruosidad. Como creaciones de excelencia o como
malditos.
¿Malditos? Lo maldito es justamente la tenia que debilita el
intestino de lo bonito. Gracias a ella, el lienzo va perdiendo entidad, se
demedia y se hace definitivamente ridículo. O, lo que es más exacto, se
manifiesta cursi de una vez.
Porque ¿cómo no admitir que lo cursi y lo bonito se acuestan y
copulan incestuosamente, estrechamente juntos para alumbrar gusanos de colores
fluorescentes que llaman la atención de los coleccionistas bobos, los
despistados y determinados turistas?
(L'obra que encapçala el post és de Lluís Roura)
(L'obra que encapçala el post és de Lluís Roura)
Pues sí, Pere. Es un artículo buenísimo y creo que tiene razón, pero los que somos público del montón, muchas veces apreciamos un cuadro bonito. Que tire la primera piedra el que no ha hecho una cola para ver una exposición de impresionistas. Ya quisiera estar mejor educada artísticamente pero, aunque a veces alcanzo a apreciar lo bello, me suele gustar lo bonito.
ResponEliminaVicente Verdú és un excel·lent filòsof cultural i penso que el que intenta es provocar la nostre reflexió.
ResponEliminaJo he gaudit molt amb els impressionistes i m'agradaria anar a Madrid en aquests dies a veure les expos en que hi estan presents , però penso que la seva reflexió va més enllà en el sentit de no deixar-nos enganyar per la facilitat del bonic , que generalment la bellesa està molt més enllà.
Sigui com sigui, si ha aconseguit la nostre comú reflexió , la columna ja ha merescut la pena.
Gràcies per llegir-me