De nou una esplèndida reflexió de
Vicente Verdú en relació a la bellesa i l’art contemporani
“¿Qué
es la belleza?”, le preguntó Sócrates a Hippias mientras paeaban y éste, sin
calentarse mucho la cabeza, le respondió: “La belleza es una muchacha bella”.
Pero ¿sin calentarse la cabeza?
La tendencia actual en la tecnología o en la
arquitectura, artefactos de impacto vital directo, radica en presentar modelos
sencillos en su apariencia pero ricos en su escondida composición. Se trataría,
con ello, de encubrir un barroco interior o endobarroco de suma complejidad. Un
reloj de Apple, un estadio como el del último Pritzker (el Olímpico de Múnich
del recién fallecido Frei Otto), una tableta, un móvil, un edificio sostenible
sin aderezos contiene incontables funciones ocultas a través de un sortilegio
que recuerda las mil interacciones de un organismo vivo.
Una “muchacha bella” parece, de golpe, una obvia
alusión a la belleza patente pero, abierta en canal esa chica, la complejidad
de su biología presenta un abigarramiento superior al barroco más extremo.
Las dos últimas fashion weeks, en Londres o en París, para la temporada de
otoño-invierno, han sido una exhibición de que la moda, siempre más desinhibida
que cualquier otro arte, pregona la vigencia del barroco estético y moral. En
Londres, Roksanda, Ryanlo, Claire Barrow, Burberry Prorsun o Giles y, en París,
John Galliano, Emanuel Ungaro, Iris van Herpen o Céline, han hecho desfilar una
secuencia de figuras que incluyen hasta al japonés Kenzo, que si no fue siempre
un ejemplo de pureza, en esta pasarela se desahoga como un paradigma de la
concupiscencia o la farragosidad. Son estos pecados, pecados sin castigo puesto
que la moda se condona a sí misma en una constante redención retrospectiva,
pero sus modelos indican caudalmente l’air du temps.
Inseguro, asimétrico, descabalado son atributos que
pertenecen a la etimología histórica de “barroco”, perla irregular en
portugués, o de “barrueco”, perla irregular en castellano. La inseguridad, la
desarticulación la falta, en general, de definición y regularidad es el signo
de esta época donde se han desbaratado los sistemas políticos, morales y todos
los demás.
El barroco fue el estilo de la Contrarreforma contra
la alternativa luterana, la reacción desesperada para hacer visible el Cielo y
el Infierno tridentinos, a costa, incluso, como ahora mismo, de gastar desorbitadamente
los Estados con enormes déficits presupuestarios.
Los museos, los auditorios, los aeropuertos, las
autopistas, los AVES ruinosos han sido la manifestación española (y no sólo
española) de un barroco económico, político y esteticista en sazón. Y la moda
reproduce el espíritu de estos despilfarros.
No todos los modistos, claro está, son exorbitados.
Pero lo mismo ocurre con aquellos novelistas que no responden al gusto por los
rebuscamientos, los falsos enredos y las forzadas intrigas de sus relatos. En
este tiempo, hay diferentes ofertas para diferentes gustos pero la tendencia
barroca serpentea.
¿La arquitectura? ¿La pintura? La primera puede ser
sostenible y clara a la vista pero oscuramente endobarroca. Igualmente la
pintura contemporánea, gana fama de trivial y clamorosamente obvia. Pero ¿no
evocará —aunque al revés— la engañosa igualación de la belleza trascendente a
la belleza inmediata, supuestamente ocasional aunque fascinante y secreta de la
hermosa muchacha que pasa?
L'obra que encapçala el post és "Cabeza con sombrero" (1984) de Rafael Canogar.
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