De nou Vicente Verdú en estat pur. Magnífic
El color es el primer adjetivo con majestad. Todo lo majestuoso
procura alegrías o tormentos a través del color puesto que el color que parece
algo adyacente no es el color de la circunstancia sino, a menudo, la
circunstancia misma de la composición.
Podría casi empezarse por el color del cielo y el color de
la tierra y el color de la piel. Cualquier elemento que compone nuestro entorno
posee color. Los paisajes que nos abruman o nos liberan, las políticas a las
que prestamos adhesión, las banderolas, las razas, los peces y las frutas son
color. La luz total se acantona en un extremo y la oscuridad en el otro. No
somos, pues, sino dentro del ancho mundo coloreado y nos desarrollamos en su
regazo. No existimos sino desde una primera oscuridad privada de color y
nacemos a una luminosidad poblada de arcoíris. Esa inmanencia del color nos
determina, esa patencia del color nos afirma o nos modifica.
Cada color es un estímulo dentro de un mundo que
inicialmente no poseyó esos reclamos o que se confundían con el fuego y las
tinieblas. Lo incandescente y lo inerte coinciden con la vida y la muerte
fundacionales puesto que la vida es siempre un abrir de ojos al colorido y la
muerte su clausura.
Los conventos que buscan el contacto con el otro universo
invisible se conjuran hasta ahuyentar el color, mientras Las Vegas que proclama
una obscena diversión del aquí se encarna en incontables luces que celebran el
éxito de lo “encarnado”.
Lo yerto no huele y apenas despide luz. Lo vivo huele
siempre (bien o mal), y supura esencias lumínicas, mientras el cadáver adquiere
la palidez. El cosmos existe ondulándose en las voluptuosidades del color,
mientras la nada o la muerte serían, por el contrario, la blancura o la
transparente oscuridad.
Es decir, toda la nada excluye la acción puesto que el
color necesariamente, ineludiblemente, crea. Sin él todo permanecería amilanado
en una superficie silenciosa porque el sonido, igual que el sentido nulo, son
colores mudos.
Suenan, en cambio, los colores. Vibra su longitud de onda.
Induce las curaciones rosadas o la enfermedades cianóticas porque el color es
prácticamente el relente de todo lo que está vivo. No hay vida sin color. La
sangre o la orina, la bilis o el excremento se significan en el color y su
carácter refiere los percances de la vida.
¡Qué obvia, al fin, esta conclusión! La vida es color como
el color es vida. La naturaleza se hace notar en la elocuencia de su
cromatismo. De otro modo, este mundo no existiría en cuanto mundo sino en
cuanto “mudo”. Es decir, producto carbonizado, producto de orden cero o sin
producción.
(imatge: Obra d'Eduard Comabella)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada