Cada vegada que arriba ARCO apareix a la premsa alguna
“anècdota” en referència a la confusió que produeix algun objecte o semblant
que és convertit en “obra d'art” per qualsevol visitant distret, com per
ex. enguany el trípode d’una càmera de televisió.
Potser tot està en que ARCO com a fira que és,
significa un batibull important en el que tot a vegades sembla valer. I com que
en el tema contemporani massa vegades tot sembla que val , certament existeix
una clara dissociació entre art i qualitat , com si la presència a ARCO
signifiqués per si sola un certificat de vàlua.
Aquest fet . que darrerament sembla accentuar-se ,
està provocant una davallada important de nivell i sortosament està produint en
les ments lúcides del país un cert desvetllament en el pensament que provoca i
comença a aparèixer aquelles veus que declaren obertament que el rei ARCO en realitat va masses vegades despullat.
Avui Vicente Verdú, en el seu sermó setmanal des de la
trona de El País, ens il·lumina una vegada més amb una columna que com no, és una
veritable meravella i que us recomano llegir atentament.
ARCO Y SU HOSPITAL GENERAL
Para mi desgracia y de tantos otros más
importantes que yo esta ha sido la primera edición de Arco que podría ser la
última. Dios quiera que no sea así, pero la misma sensación que transmite un
paciente moribundo, al que le da igual el agua que el zumo de peras o el
pescado hervido que el puré de patatas, comunicaba la 32ª edición de este año
2013.
Efectivamente nunca fue la Feria de
Arte de Madrid una primera estrella mundial, pero mantuvimos la creencia, desde
1982, que una tras otra anualidad cobraba brillo y hasta un resplandor
inesperado que nos hacía creer en su vida como una divertida y exultante
manifestación artística, pronto unida al primer socialismo cabal. Muchos
habríamos pagado lo que no teníamos por estar allí. Seguro que buena parte de
nosotros, “los anhelantes”, no merecíamos ser convocados, pero así aumentaba el
prestigio de ese club que nos rechazaba en beneficio de otras galerías y
artistas que por entonces tenían algo mejor que ofrecer. No importa si esta
oferta comprendía el escándalo de un toro sangrante, figuras humanas con
verrugas y pelos en poliuretano o en pirámides de una mierda a secas. De hecho,
ni una ni otra cosa, se les había ocurrido a los demás y el desafío,
generalmente extranjero, consistía en que para la próxima edición buscaríamos
fórmulas ignoradas y obras con insólitos efectos especiales.
Incluso entre los que siempre
preferimos la pintura-pintura y no lo estrafalario, plasmado en soportes de
plástico y abono de cabras, se nos ocurrió que el arte mantenía su vitalidad y
merecía la pena participar en esa olla caliente de ungüento bueno, malo o
regular.
¿Qué ha sucedido después? Que
efectivamente el arte ha exasperado sus ofertas tratando de atraer a gentes de
Singapur, de China o de Catar con sus cámaras blindadas a nombre de grandes
multimillonarios. Gentes exóticas que sabían el precio y no el valor aproximado
de las cosas.
Con todo ello, el arte fue
desgarrándose en un baile de San Vito de aparatosa histeria donde casi nada
tenía que ver con las vanguardias en sentido lato sino con las retaguardias de
un sector que bien brotaba, a veces, de las mismas letrinas y otras de la
muerte artificial, fea y hospitalaria.
Sin duda el arte ha alcanzado algún
desconocido tope artístico que, en su carrera comercial, ha traspasado los
extremos y, en consecuencia, ha invadido otros sectores distantes, desde la
gastronomía a la petroquímica y desde la fluorescencia al pladur, efectos
propios de su actual enfermedad casi mortal.
Pero hay más. Los organizadores, las
fundaciones y los comisarios tan honestos como los de otro tiempo palmotean a
ciegas entre lo que puede venderse y lo que no. Pero, hecho este supremo
esfuerzo mercantil, el resultado es que ya no se vende nada.
Los galeristas se conforman con
terminar la fiesta colocando un picassoo
un clavé, un hernández
pijoan o un ràfols, un miró o un manolo
valdés.Con ello resuelven con creces el precio del transporte y el
alquiler del estand. ¿Los demás artistas? Casi todo —no todo, desde luego— se
tiene como quincalla o gutapercha.
La mortecina luz espiritual que
presidía la última edición de Arco y los amplios vacíos en los pabellones 8 y
10, a la manera de espacios devastados por bombas de neutrones, dan cuenta de
los crímenes oficiales que han intervenido para herir de muerte a Arco. O lo
que es lo mismo, girar el Arco hacia su propio pecho y acabar prácticamente con
su corazón.
El IVA del 21% hiere de muerte súbita
pero, además, la Ley de Mecenazgo y el desamparo del coleccionista han
desplegado un desierto sobre cuyo plano candente los artistas mueren de sed.
Les da lo mismo el agua que el zumo de peras, el pescado hervido que el puré de
patatas. Todos enfermos. Todos encamados en el hospital.
¿Una metáfora? ¿Un tropo cualquiera?
Vamos a ver: ¿no fue en efecto Ifema el decisivo hospital de campaña cuando las
muchas víctimas del 11-M tuvieron urgente y absoluta necesidad de él?
Vicente Verdú
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