Han estat diverses les vegades que he reproduït algun dels
sempre magnífics articles de Vicente Verdú. Ara fa temps que no s’acostava a
aquests posts ja que es movia per altres contrades . però avui de nou la seva
mà de mestre en l’anàlisi pictòric es fa notar en aquesta magnífic anàlisi de
la diversitat cromàtica en una obra.
Una cosa és l’harmonia i l’altre la monotonia diu ell i és
ben cert. Aquí teniu un article gens monòton i plenament harmònic.
Per llegir amb tot gust.
Todos los colores
Fracasaría quien hilvanara una gama de su misma estirpe y de notas más o menos similares. Una cosa es la armonía y otra la monotonía
Los cuadros que más se venden son
aquellos en los que domina el azul y son de tonalidad suave. La sensación de
sosiego que procuran al comprador parece ser el secreto de su éxito. Son
amables, no invasivos, amigos mansos como las píldoras sedantes que también, a
menudo, adoptan el color azul pálido. Los cuadros deben hacernos gozar y si se
adquieren en cuanto distinguidos objetos de compañía es comprensible que se
prefiera aquellos de personalidad pacífica o de apaciguado humor. Así son de
hecho las banderas de la Unesco y
de las Naciones Unidas, las Vírgenes milagrosas y los océanos sin temor a
naufragar.
El sistema general de los colores es, sin embargo, mucho más
complejo. No podría soportarse un cuadro en que todos sus tonos ronden lo
bonito. Como tampoco serían valorados aquellos que rondaran abusivamente lo
siniestro.
La ronda del color es, efectivamente, un cortejo, pero no es un
cortejo más. No es incestuoso ni tampoco horizontal. Fracasaría quien hilvanara
una gama de su misma estirpe y de notas más o menos similares. Una cosa es la
armonía y otra la monotonía. Pero, efectivamente, lograr un efecto genial es
difícil, casi azaroso y altamente secreto.
Muy secreto, digo, porque de hecho cada
color y en cada tono dice acústicamente algo sobre sí y, aun balbuciendo, da
pie para entender qué prefiere su alma en cada paso. Este momento, en que el
pintor pone todo su oído en el habla del color ya incluido en la obra
constituye la mayor encrucijada del proceso. Ya se ha pintado, por ejemplo, una
mancha amarilla sobre la tela, pero ¿y ahora qué? Otra ración igualmente
amarilla, pero de otra paternidad o, mejor, un enemigo rojo de indeterminadas
proporciones.
Los colores musitan sus querencias inmediatas y es necesario poner
mucha atención. Pero oyéndolas, unas veces se les hace mucho caso y otras no
porque precisamente en la elección desobediente y atrevida se halla una de las
claves de pintar bien. Este color presente parece demandar a su allegado, pero
si en lugar de procurárselo se la deniega, es posible que rabie de manera
radiante y multiplique la belleza de la composición. “Estás más guapa cuando te
enfadas”, se decía en las películas de los años cincuenta, y colores enfadados
con sus nuevos vecinos pueden ser, por su ira, asombrosamente iridiscentes.
El pintor Cruz Novillo me decía en su estudio, donde
combinaba dos o tres pinceladas con sentarse a fumar mirando fijamente al
cuadro, que una obra buena será aquella que consiga mantenernos absorbidos
durante toda una tarde. Pero ¿cuál sería el truco? El truco, tanto en la
abstracción como en la figuración radicaría en la calidad y el dinamismo de la
conversación que los colores entablarían entre sí a través de las formas en que
se ubiquen.
Que un cuadro interese durante horas será, pues, consecuencia del
interés que suscite su tertulia interior. De modo que no habrá una atrayente
interlocución si se entabla entre elementos similares. Por el contrario, colores
bonitos y “feos” (si es que existiera esta distinción) se conjuntan en un
parlatorio donde sus oposiciones o desacuerdos aumentan la intriga del
espectador.
En cada cuadro atractivo o seductor se juntan colores con estatus
junto a otros que, a solas, parecerían sosos o de orden menor. Sin embargo, el
rol que desempeñan estos últimos será decisivo para el resultado final. Un
resultado que transmitirá su mayor interés gracias a la conflictiva coyunda de
las gamas libremente elegidas y las libérrimamente sobrevenidas, entre la
pasión, el oficio y la temeridad.
Vicente Verdú
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