Ja fa uns quants dies que ha començat el nou any i
aquest blog en el que he desgranat tantes i tantes opinions encara manté la
seva virginitat en el quinze. Una virginitat no buscada però obligada per un cantó per la disbauxa de les festes que
conviden a tot menys a l’obligat recolliment en la reflexió, i per l’altre per
el fet d’haver dedicat el temps lliure a un projecte que comença a gestar-se,
que m’il·lusiona molt i que ben aviat podrem llençar als quatre vents encara
que ja és vox populi per a molta gent del món de l’art. Un projecte aquest que
té en el temps i en l’evolució els seus dos elements fonamentals.
Potser per això, i com si d’una premonició positiva al
respecte , els ulls m’han fet pampallugues i l’ànima s’ha insuflat de més
forces encara en llegir avui l’article de reflexió que quinzenalment publica
Vicente Verdú a “El País”. El títol és “El artista desnudo” i és del millor que
he llegit en molt de temps en aquest camp de pensament que tant be practica en
la seva parcel·la de “Corrientes y desahogos”.
És aquest un article dens, per llegir poc a poc, quasi
estic per dir per mastegar frase a frase , però acumula tanta veritat que
esdevé lliçó interior per a qualsevol que pretengui ser creador. Un article amb
uns impagables paràgrafs finals que haurien de ser lectura periòdica per a tot
artista que pretengui ser anomenat com a tal.
EL ARTISTA DESNUDO Vicente Verdú
En cualquiera de las artes —y espero no equivocarme— cuanto más
años de honesto oficio se le dedican más se estiliza la obra. Se abrevia tanto
en el proceso como en su más concluyente terminación. ¿Significa esto que al
compás de la vida, al hilo de ir consumiendo el tiempo, vamos despojándonos de
vestimentas y ornamentos en busca de una inocencia inicial e ideal?
No es seguro este
diagnóstico pero si tan pronto el sujeto se tantea como artista su ilusión es
engalanarse de palabras, formas y colores, más tarde el perifollo es sólo
vanidad. El silencio en la música, el monocromo en la pintura, la sencillez del
proyecto en el arquitecto o el allanamiento de la prosa son des-enlaces,
des-vinculaciones puras tras la decoración pegajosa al inaugurar la profesión.
No es, desde luego,
fácil llegar hasta este punto laboral casi desnudo. En primer lugar se requiere
haber consumido muchos años en la pugna y también muchos sofocos al releerse,
reescucharse o remirarse. La imagen del yo novato aparece después como una
impostación. Una máscara causada tanto por el deseo de encubrir carencias, como
por una ambición tan legítima como obscena de seducir.
Sólo más tarde, en la
época de la avanzada madurez, lo que conlleva la elegante contigüidad de la
muerte, es cuando se entiende que el bien y el mal son piezas de acero y la
estética también. La estética es siempre muy difícil de resumir pero algo hay
de mágico en su trabajo por imponerse de un golpe y sobre un único pálpito de
la emoción. Esta cualidad, visible en la veteranía y difícil de detectar en la
iniciación, explica la diferencia de trato que recibe de unos y otros artistas.
Pasa como con los
novios y las novias. Al comienzo tratamos de impresionarlos, embaucarlos,
embarcarlos. Después, si la relación va bien, es como un navío con luz que no
hace el menor tumulto al cruzar el agua.
En ese movimiento,
lineal en apariencia y vertical en productividad, radica la acción primordial
del viejo artista. ¿Eso, tan simple o minimal, es todo lo que tiene que
expresar, dirá un joven patán? Eso es todo lo que ha supurado el contacto con
la verdad. Exactamente, porque lo bello no es lo bonito ni tampoco lo verdadero
es igual a la brillantez.
La idea de que, en
general, el progreso discurre desde lo más simple a lo más complejo, hace
tambalear el postulado de que el arte mejora con la simplicidad. ¿Existiría,
por tanto, en el arte una partícula exclusiva? ¿Sería allí lo complejo una
veladura y su emisión de mayor mérito aquella que elude todo aderezo de más?
Puedo hablar ahora de
la pintura. Nunca se experimenta mayor conmoción ante un cuadro que cuando es
él quien impone su poder sin miramientos. Es decir, sin reclamar ser mirado y
remirado antes. O lo que es lo mismo, sin mostrar necesidad (menesterosidad) de
ser visto y repasado. La obra maestra es aquella que nos ve primero y con un
ojo, además, muy próximo a cero porque, como Dios, su presencia nos deslumbra
antes de pedir atención.
¿Los aplausos? ¿Qué
lenguaje vulgar es éste que se apoya en el expediente de la aclamación? Lo
divino es el silencio. Lo importante es la nada. El final más atinado es igual
al cenit de su imposible repetición.
(Les imatges corresponen a dues obres de l'escultor Sergi Aguilar)
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