diumenge, de març 06, 2016

SIGNATURA




El meu pare era home saberut. D’entre els molts temes que dominava estava la grafologia, una ciència que ell aplicava també com a punt de valoració en la crítica artística. M’aconsellava tot dient que sempre s’havia d’examinar la signatura y analitzar la seva correspondència amb l’obra presentada. En el cas de discrepància, obra gestual / expressionista i signatura racional, o a l’inrevés, segons ell era indicatiu d’una falsedat creativa. I si un artista era fals la seva obra també i per tant el qualificatiu crític hauria de ser negatiu.
Segueixo fixant-me en el detall així com m’interesa molt la col·locació de la mateixa en el conjunt de l’obra que no és qüestió baladí ans el contrari.
Per això m’ha agradat molt l’article que publicava Vicente Verdú en el País i que reprodueixo a continuació. Crec que és d’aconsellada i obligada lectura per a qualsevol artista.

La firma del cuadro

La firma y el autorretrato proporcionan a los expertos importantes datos sobre el pintor. Pero existió un artista supremo, Velázquez, que si se autorretrató en dos grandes cuadros, Las Meninas y La rendición de Breda, mantuvo el gusto de no firmar.
La firma o no del cuadro no es, como en la literatura, un asunto menor. Hacerlo en el envés suele disgustar al cliente pero deja la imagen liberada de la peste de su autor. Hay, sin embargo, de todo. Pintores como Gauguin, Degas o Manet firman con un grafismo que da la cara y varios de ellos, como Picasso o Bacon, enaltecieron su rúbrica incluso con una raya, a modo de pedestal.
Una cosa es que el pintor pinte bien y otra que suspenda en caligrafía. Van Gogh, el más conspicuo y culto de todos, hizo de sus rúbricas una fiel miniatura de su estilo porque sabía, como gran lector, que el remate es parte inseparable de la hechura poética.
Pero este resultado, coherente con la estética integral, no se cumple siempre a pesar de los esfuerzos del artista. En estos desdichados casos el cuadro sangra herido por el adefesio. O también, en el caso contrario, una firma de Ráfols Casamada acentúa la serenidad y delicadeza de la obra. Otros buenos pintores, como Bores, son coherentes con sus creaciones, más o menos sosas, y se rubrican sin sal.
Firmar con el nombre entero está al alcance de muy pocos y hacerlo, en ocasiones, con un punto tras el nombre propio es un recurso escolar. Los de mayor enjundia actual prefieren valerse ahora solo de las iniciales y dejar la obra, tal como Navarro Baldeweg (NB), en la línea de la LV de Louis Vuitton.
Y aquí empieza el escalón. Porque si Louis Vuitton o Yves Saint Laurent confían su logo al poder de las capitulares, o bien, hacen de los nombres propios ornamentos propios, al estilo de Ford, Nissan, Nike, Adidas o Gap ¿cómo eludir esta estética imperiosa y visual?
¿No habrá llegado ya el momento en que los cuadros plasmen el nombre del artista en la superficie y no en un ángulo caduco. No en tímida miniatura sino en un glorioso striptease presidencial.

Y no diré más. Yo, como pionero de todo esto, he empezado a firmar mis últimos cuadros con el nombre completo a la manera de Prada o el Hacendado. No soy apenas nada (por ahora) pero ¿cómo dudar de que me imitarán? Barceló, Basquiat y los grafiteros hicieron esto aunque con otra intención. La mía, no obstante, es llevar a la superficie el fondo de la cuestión. O como Andy Warhol dijo, refiriéndose a nuestra poscultura: “Soy una persona profundamente superficial”. Es decir, el más del más allá. No fue el primero en darse cuenta puesto que ya Paul Valéry afirmaba: “Lo más profundo del hombre es la piel”.
 Vicente Verdú


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