dissabte, de febrer 23, 2013

EL REI QUE ANAVA DESPULLAT




Cada vegada que arriba ARCO apareix a la premsa alguna “anècdota” en referència a la confusió que produeix algun objecte o semblant que és convertit en “obra d'art” per qualsevol visitant distret, com per ex. enguany el trípode d’una càmera de televisió.

Potser tot està en que ARCO com a fira que és, significa un batibull important en el que tot a vegades sembla valer. I com que en el tema contemporani massa vegades tot sembla que val , certament existeix una clara dissociació entre art i qualitat , com si la presència a ARCO signifiqués per si sola un certificat de vàlua.

Aquest fet . que darrerament sembla accentuar-se , està provocant una davallada important de nivell i sortosament està produint en les ments lúcides del país un cert desvetllament en el pensament que provoca i comença a aparèixer aquelles veus que declaren obertament que el rei ARCO  en realitat va masses vegades despullat.

Avui Vicente Verdú, en el seu sermó setmanal des de la trona de El País, ens il·lumina una vegada més amb una columna que com no, és una veritable meravella i que us recomano llegir atentament.





ARCO Y SU HOSPITAL GENERAL

Para mi desgracia y de tantos otros más importantes que yo esta ha sido la primera edición de Arco que podría ser la última. Dios quiera que no sea así, pero la misma sensación que transmite un paciente moribundo, al que le da igual el agua que el zumo de peras o el pescado hervido que el puré de patatas, comunicaba la 32ª edición de este año 2013.
Efectivamente nunca fue la Feria de Arte de Madrid una primera estrella mundial, pero mantuvimos la creencia, desde 1982, que una tras otra anualidad cobraba brillo y hasta un resplandor inesperado que nos hacía creer en su vida como una divertida y exultante manifestación artística, pronto unida al primer socialismo cabal. Muchos habríamos pagado lo que no teníamos por estar allí. Seguro que buena parte de nosotros, “los anhelantes”, no merecíamos ser convocados, pero así aumentaba el prestigio de ese club que nos rechazaba en beneficio de otras galerías y artistas que por entonces tenían algo mejor que ofrecer. No importa si esta oferta comprendía el escándalo de un toro sangrante, figuras humanas con verrugas y pelos en poliuretano o en pirámides de una mierda a secas. De hecho, ni una ni otra cosa, se les había ocurrido a los demás y el desafío, generalmente extranjero, consistía en que para la próxima edición buscaríamos fórmulas ignoradas y obras con insólitos efectos especiales.
Incluso entre los que siempre preferimos la pintura-pintura y no lo estrafalario, plasmado en soportes de plástico y abono de cabras, se nos ocurrió que el arte mantenía su vitalidad y merecía la pena participar en esa olla caliente de ungüento bueno, malo o regular.
¿Qué ha sucedido después? Que efectivamente el arte ha exasperado sus ofertas tratando de atraer a gentes de Singapur, de China o de Catar con sus cámaras blindadas a nombre de grandes multimillonarios. Gentes exóticas que sabían el precio y no el valor aproximado de las cosas.
Con todo ello, el arte fue desgarrándose en un baile de San Vito de aparatosa histeria donde casi nada tenía que ver con las vanguardias en sentido lato sino con las retaguardias de un sector que bien brotaba, a veces, de las mismas letrinas y otras de la muerte artificial, fea y hospitalaria.
Sin duda el arte ha alcanzado algún desconocido tope artístico que, en su carrera comercial, ha traspasado los extremos y, en consecuencia, ha invadido otros sectores distantes, desde la gastronomía a la petroquímica y desde la fluorescencia al pladur, efectos propios de su actual enfermedad casi mortal.
Pero hay más. Los organizadores, las fundaciones y los comisarios tan honestos como los de otro tiempo palmotean a ciegas entre lo que puede venderse y lo que no. Pero, hecho este supremo esfuerzo mercantil, el resultado es que ya no se vende nada.
Los galeristas se conforman con terminar la fiesta colocando un picassoo un clavé, un hernández pijoan o un ràfols, un miró o un manolo valdés.Con ello resuelven con creces el precio del transporte y el alquiler del estand. ¿Los demás artistas? Casi todo —no todo, desde luego— se tiene como quincalla o gutapercha.
La mortecina luz espiritual que presidía la última edición de Arco y los amplios vacíos en los pabellones 8 y 10, a la manera de espacios devastados por bombas de neutrones, dan cuenta de los crímenes oficiales que han intervenido para herir de muerte a Arco. O lo que es lo mismo, girar el Arco hacia su propio pecho y acabar prácticamente con su corazón.
El IVA del 21% hiere de muerte súbita pero, además, la Ley de Mecenazgo y el desamparo del coleccionista han desplegado un desierto sobre cuyo plano candente los artistas mueren de sed. Les da lo mismo el agua que el zumo de peras, el pescado hervido que el puré de patatas. Todos enfermos. Todos encamados en el hospital.
¿Una metáfora? ¿Un tropo cualquiera? Vamos a ver: ¿no fue en efecto Ifema el decisivo hospital de campaña cuando las muchas víctimas del 11-M tuvieron urgente y absoluta necesidad de él?
Vicente Verdú