Si hi ha un blog que és de visita diària i obligada d’entre el gruix de blogs que es conreen en les nostres contrades , aquest és el d’en Joan Safont “La vida en un blog" ( joansafont .blogspot.com).
No és que conegui massa a n’en Joan però entre ell i jo, - al menys per part meva -, existeix una clara empatia , ves a saber si per raons de geografia parental, ja que les seves arrels maternes i les de la meva dona son de dos pobles veins , allà a l’horta del Jiloca a Terol.
Dic que el seu blog és d’obligada visita per que com pocs aconsegueix arrodonir els conceptes claus de tota escriptura pública, és a dir el fons i la forma.
Formalment en Joan gaudeix d’una escriptura intensa , arrelada en uns plantejaments intel·lectuals ben fonamentats , a la que sap donar un ritme i una musicalitat adequada a la intencionalitat que cerca en cada escrit. El seu format essencialment periodístic , però no en un estil de columna a l’ús i sí a l’estil planià que tant li agrada , enganxa per la proximitat i t’obliga a seguir els seus raonaments de manera constant.
A més , sap trobar el tema adient per a poder desenvolupar-lo de manera ben correcte amb l’ajut de la dosi corresponent de la seva saviesa , ja que encara ell es cregui un aprenent , els seus coneixements intel·lectuals ja els voldríem la majoria , en la que m’incloc.
Dons bé , avui en Joan ens ofereix una magnífica reflexió sota el títol de “ La impossible revolució des de dins” en el que fa magnífica reflexió en forma de dissecció del que son els partits políticas i quin és el joc que en ells s’hi pot trobar tot aquell que simplement discrepi de la “norma” que esdevé més dogma que qualsevol de l’església.
Tot llegint-lo, - fet que us recomano a tots -, m’ha vingut al cap un article d’en Josep Ramoneda que parlava si fa no fa del mateix , en les pàgines de “Domingo” de “El País” . Crec que val tant la pena que no m’estic de reproduir-lo:
¿Qué hacer con los partidos?
La multiplicación de los casos de corrupción, que se extienden como verdaderas plagas, como está ocurriendo estos días en la geografía del PP; la cuestión eternamente pendiente de la financiación; la sensación de que el nivel del personal seleccionado para los altos cargos ha bajado sensiblemente en los últimos años; los lamentables espectáculos que combinan la celebración de las unanimidades con las descarnadas peleas y deslealtades entre compañeros; la bochornosa exhibición de la servidumbre voluntaria, con un verdadero pánico a cualquier forma de crítica o discrepancia interna; y la sensación generalizada de estar ante una casta con intereses corporativos, alejada de la realidad cotidiana, han generado un descontento creciente de la ciudadanía respecto de los partidos políticos. ¿Tienen remedio? ¿O habrá que pensar en otras formas organizativas?
La Constitución dice que "los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental de participación política". ¿Cumplen estos requisitos? Sólo a medias. Las dinámicas de los partidos tienden más a frenar que a estimular la participación política. En realidad, operan mucho más como agencia de colocación de una profesión llamada política que como canal de discusión y de acción política abierto a la ciudadanía. Expresan el pluralismo político, pero la condición de cártel con la que actúan, más que estimularlo, lo restringe.
La formación y expresión de la voluntad popular se han deteriorado, con un sistema de democracia mediática que favorece el monólogo del gobernante, con las encuestas de opinión como casi única señal que viene de abajo. El complejo mediático-político, una promiscua trama de intereses, ha conseguido que no sea ningún disparate la distinción entre opinión publicada -la que emana de este complejo- y opinión pública.
Si las tareas principales de los partidos son asegurar la participación política y la representación de la ciudadanía, seleccionar el personal para los puestos de responsabilidad política, y formular y liderar propuestas de gobierno que atienden al interés general, hay que decir que en todas ellas las deficiencias son grandes.
¿Dónde están los problemas? En la propia lógica organizativa: se ha dicho que los partidos son la única herencia del leninismo que ha sobrevivido a la caída del muro de Berlín. Lo cierto es que la democracia interna es muy débil y los partidos se han convertido en máquinas de ocultación de las malas noticias, a mayor gloria del jefe. Al mismo tiempo, los sistemas de escalafón son muy rígidos, con efectos perversos como que muchos militantes llegan hasta la cima de la carrera política sin otra experiencia profesional que la vida de partido.
En las élites políticas hay una obsesión por la gobernabilidad, que se expresa en el gusto por el bipartidismo: un club privado de dos socios, los únicos que pueden alcanzar el Gobierno de España, en el que es casi imposible conseguir el derecho de admisión. Los dos gozan de tantos privilegios -económicos, mediáticos, técnicos- que sólo una debacle cainita podría apartarles de esta privilegiada posición. La misma obsesión por la gobernabilidad está en el origen de las listas cerradas, que es una vuelta de tuerca más en el control de la servidumbre.
Naturalmente, en la financiación encontramos una fuente de corrupción insaciable. Siempre se habla de la necesidad de una reforma a fondo, pero nadie la emprende. Hombres ilustres de la política han visto cómo brillantes carreras acababan salpicadas por la corrupción y, sin embargo, sigue sin hacerse nada. ¿Tan grande es el negocio? ¿Tantas son las ventajas de la opacidad que merecen tan alto precio? Si encima se extiende la peligrosa doctrina, desarrollada por la derecha, de que el voto blanquea la corrupción, la sensación de impunidad es insuperable.
Cada uno de estos problemas se podría afrontar con medidas concretas que, sin ser una gran revolución, mejorarían sensiblemente las cosas: legalización de las corrientes internas que darían más calidad a la representación, cambios en la ley electoral que desburocratizaran la política, transparencia en la financiación, obligatoriedad de unos años de experiencia profesional fuera de la política para poder gobernar, etcétera. Pero para el cártel político resulta más cómodo gobernar una sociedad que crece en indiferencia que favorecer la crítica, la participación y la dignidad de la política.
Després de llegir-lo, no us sembla que en part estigui escrit tot mirant a la nostra ciutat?.
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