diumenge, de gener 13, 2013

L'ART DEL CARRER.




No puc negar que soc una mica destraler en això del sentiment religiós i de les creences divines. L'ètica és potser per a mi el suport que em dirigeix  de manera , diguem-ne espiritual, en el meu fer. Agnòstic total , la meva mirada més enllà de la mort és el no res , i posats a pensar algun futur , no hi crec però em cau simpàtica i agradable la idea de la reencarnació.


Si aquesta fos la veritat , no m'importaria ni gens ni mica , posats a triar , reencarnar-me en Vicente Verdú, de qui estic absolutament embadalit, no ja de la seva magnificència literària en la creació dels seus escrits , ans principalment dels seus coneixements i de la seva capacitat analítica transformada en veritable mestratge en tots i cadascun dels seus escrits.

Aquesta setmana repeteix lliçó en el seu escrit a "El País" , qque no m'estic de reproduir 

Arte en la calle, ¿arte desahuciado?


El Musée de la Poste de París expone, hasta el 30 de marzo, 70 obras de 13 artistas urbanos de prestigio internacional. La exposición se titulaMás allá del arte urbano pero, en realidad es un más acá puesto que los han encerrado en un local cuando lo suyo debía ser ontológicamente un lugar sin determinaciones.
Artistas urbanos y mucho más que artistas del campo, pero el arte que ahora practican muchos de estos pintores ciudadanos sobre las grandes urbes posee la particularidad de que no solo se capturan artificialmente para mostrarlos después en salas bajo techo, sino que al ser street art o arte de la calle su encantamiento desaparece radicalmente con el acantonamiento.
Obra de callejeros y de marginales, de fumatas o de rebeldes sin causa, estos grafiteros existen desde los años sesenta, aunque solo en las dos últimas décadas han penetrado desde las fachadas a los paneles de algunos museos. Solo en París los grafiteros han pasado ya por la sala Cartier y por el Grand Palais, lo que no es solo una casualidad sino más bien una sorna. Aquello contra lo que luchaba y sigue luchando la policía y los servicios de limpieza de los municipios millonarios ha logrado la categoría de arte con valor inestimable. Porque, ¿cuánto valdrá hoy una obra de Corbread que pintaba hace más de medio siglo en los vagones del metro neoyorquino? O ¿qué precio obtendría en Christie’s las creaciones de Banksy, Obey o Space Invader? Acaso mil millones o acaso, también, ni un céntimo. El valor sustantivo de estas obras es que no se pueden vender a menos que unas veces se derribe un edificio u otras un puente. Es por tanto tan sólo lúdico o simbólico. Son, lo que se llamaría, impagables. Aunque, como era de esperar, ya hay algunas galerías, como WallWorks, Itinerance o Ligne 13 en París que han introducido soportes más o menos convencionales para no desaprovechar los réditos.
Pero, ¿serían entonces estos productos comerciales sucedáneos enlatados? La Tate Modern expuso los grafitis en su fachada y así se ha hecho en Filadelfia o Copenhague, entre otros lugares. Sin el soporte de la ciudad no hay arte urbano. Y ya sin arte urbano toda gran ciudad pierde modernidad. Lo marginal ha prestado valor a lo central, lo excluido a lo integrado y, al fin, los recursos más pobres han enriquecido al arte de mayor integridad. Un grafitero si es tal no cobra. Es famoso porque lo contempla todo el mundo con una u otra emoción, es famoso porque se agrega a los monumentos, se plasma en el trayecto cotidiano, compone la pared del vecino que se proyecta día y noche sobre nuestras ventanas. Es famoso porque no es famoso o no se sabe dónde está. No se sabe donde está el autor ni de la fama se sabe adónde va.
En París, es ahora corriente ver constantes motivos de arte urbano, sea en las señales de tráfico, en los buzones, en los pasos de peatones. Tanto en las esquinas como en las bajantes, en las fachadas o en las columnatas. El grafiti empezó siendo una forma bárbara de ensuciar lo venerable y ahora lo que fuera suciedad se expone en el Grand Palais al modo de joyas. Pronto el Thyssen, que ahora alberga una exposición de Cartier, instalará a su lado una batería de street art. El lujo se aparta radicalmente de la miseria pero ambos se juntan en su incalculable valor moral o material. ¿Y qué otra cosa podría ser más significativa de esta época? Cuando el dinero se ha concentrado como una bomba atómica en manos de unos pocos, los muchos componen la bomba humana de acaso mayor explosión. Al borde de la desesperación y el estallido social, el arte de los marginados se reconduce a las salas con medidas de seguridad.
¿Haremos también del hambre un show brillante? Claro que sí. África fue un escenario inmejorable para las vanguardias de hace un siglo que supieron sacar inspiración de sus vidas primitivas. Ahora regresa un fenómeno semejante. El grafitero es un artista rico reducido a cero. Pero puede ser la nueva inspiración. Una inspiración que se recrea no de la abundancia que es ya excremento del sistema sino del impulso desahuciado. Un impulso que trata de decir lo que la afonía del arte actual no puede. Haciendo ver, en los márgenes, el relevo de las metrópolis tradicionales, se trate de su poder económico, político o cultural. Con una importante particularidad y es que ese mundo en ciernes no reproducirá el poder del poder, la política de esta política ni la condición de ningún sistema maestro. Creíamos que la libertad se había secado y, sin embargo, ahora fluye desde las canaletas de los desagües, por los túneles del ferrocarril, por los ojos húmedos de un puente. Se desliza por las fachadas para volver del revés el edificio más educado puesto que la posible educación del futuro será igual a la liberadora creación y educación sin canon.