Els matins dels dissabtes que no treballo intento que siguin un seguit de plaers. Llevar-se ni massa d’hora ni massa tard , anar al mercat i triar fruita i verdura tot fent-la petar amb en Sebastià que avui ja ha portat unes patates de Mataró que em sembla demà sonaran a glòria fent de coixí de les cues de rap que tant bé sap cuinar la meva dona.
Esmorzar tranquil , amb
pa de xapata , tot llegint el diari i a ser possible amb un jazz lounge de fons
i mentre fem el café llegir la sempre impagable columna de Vicente Verdú ( Ella
i la de Marias els diumenges son els meus aliments espirituals de cap de
setmana).
La columna de Verdú és sempre una pura meravella. Ho
és en el fons i també en la forma. Son brodats filosòfics – culturals que et
deixen frapat sempre quan no bocabadat. El d’avui n’és un d’ells. Per això el
reprodueixo.
El artista y su novia
La novia del escritor es la escritura,
la novia del pintor es la pintura y la novia del compositor es la partitura.
¿Pero para qué sirve una novia (o un novio) aquí?
En primer lugar, para ser más vivo y feliz y, en último
lugar, para ser feliz sintiéndose acompañado, física, mentalmente,
soñadoramente. Las personas pueden hacer este buen papel de novios, pero el
papel del arte, en el lienzo, en la pantalla o el papel, es mucho más seguro.
Siempre que se está componiendo un libro el pensamiento se
encuentra encendido y aunque no siempre lo pase bien, lo pasa mejor que con la
mente enamorada. La concentración en una obra, artística o científica,
proporciona una compañía que solo un gran amante puede procurar.
La obra del artista o del científico en trance depende de
ese amante y mientras hay secreto. Y ¿cuál es el secreto? El secreto que salta
a la vista es que esa compañía no es, al cabo, la compañía de otro sino de uno
mismo en acción sobre una tarea donde se complace o se angustia en dualidad.
Aquí, en el centro, se halla la obra a
degustar y desde un ángulo y otro incide sobre el objeto y el sujeto.
Obviamente no se halla garantizada una correspondencia feliz en el noviazgo,
pero se asegura, al menos, el interés de la conversación. Un objeto, una
película, un poema son escombros si no propician la conversación, pero son
luces si la provocan. Si proporcionan el brillante suceso de la conversación de
Edison. Así se escribe, se pinta o se compone. Así se investiga. Así se
comprende. Combatiendo bajo la luz palmaria de la conversación.
Jorge Wagensberg en El gozo
intelectual (Tusquets,
2007) resalta el júbilo que acompaña a la comprensión. Solo el ser humano, y no
los animales, se hallan en condiciones lingüísticas de acceder a él. La
inteligencia es fuente central de recompensas y entre ellas se halla el gozo de
la comprensión. Es muy parecido a la dicha de entender el comportamiento del
otro (el novio o la novia) o de la obra tras haber sufrido su proceder. El
rencor se convierte en dulzor y el amor rodea el gozo de la idea perfecta.
El pensamiento y sus múltiples recursos pueden procurar el
mayor divertimento de la existencia, muy superior a los entretenimientos de los
videojuegos y su familia electrónica. Pero debe tratarse ese pensamiento que
aún no alcanza a entender cómo una joya que después entiende (oye) los sonidos
de aquella materia que descifra gloriosamente.
Actualmente, el cerebro, ayudado por un chip, es capaz de mover
el ratón del ordenador, encender las luces de la casa o frenar el coche en un
semáforo. Es un pensamiento convertido en herramienta. Pero el pensamiento, en
su vertiente funcional, se funde al fin en el mismo gesto.
Este pensamiento práctico es ya, tecnológicamente
considerado, como el no va más. Transmite nuestros deseos en acciones concretas
y es inteligible como una simple máquina de desear.
Queda, sin embargo, el otro pensamiento errabundo y creador.
No el que logra que se ponga en marcha la aspiradora, hable la radio o funcione
el televisor sino el que se aplica a la creación. Este segundo pensamiento no
se satisface con el deseo programado sino con el descubrimiento de su
intrincada y amorosa comprensión.
Un artista ante su cuadro no sabe qué pensar. Tampoco sabe
de antemano qué desear. Solo la relación del pintor con la pintura, del
escritor con la escritura o del compositor con la partitura, alcanzan a
dilucidar quiénes son mediante el azaroso sistema del noviazgo.
En todo desarrollo creativo, la obra expresa con variante
claridad su alma pero un instinto, parecido a un chip, dilucida que una de sus
versiones es la respuesta inteligible ahora. La búsqueda de nuestra felicidad
comprende tanto al autor como a su novia en el redondel de nuestro anhelante
(aunque siempre incierto) gozo intelectual, sexual y genital.
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