Diverses han estat les vegades que
he emprat un article de Vicente Verdú per aquest blog. Feia temps que no l’aprofitava
, en part per que els seus temes no eren darrerament plàstics i en part ja que
que quan ho feia no acabava de combregar amb el seu pensament en el que jo
notava una cerat deriva elitista.
Avui em retrobo plenament amb ell
en un article d’alta escola que us aconsello de manera intensa. Un article que
ens permet reflexionar sobre aquells aspectes artístics que a vegades creiem
marginals i que en fons corresponen al nucli de pensament de l’artista.
Un article enormement interessant
en el que a més i com a joc , si us plau, podeu anar afegint noms i etiquetes d’aquells
creadors que sentim més propers.
Impagable.
El
pintor y su modelo conyugal
Este juego consistente en recitar el nombre del
artista a pasos de distancia denota que el creador se ha hecho previsible
Un pintor a quien admiro es Xavier Grau
y hace poco tuve la fortuna, gracias a la mediación de la crítica Victoria
Combalía, de almorzar con él y visitar después su estudio. Fue todo muy
interesante pero, tonto de mí, me quedé sin hacerle una pregunta que me
importaba especialmente tanto pensando en él como, sobre todo, pensando en mí.
Se trataba de averiguar si cuando un pintor recae en una forma de
expresión que lo define y aclama no queda preso de esa definición. Yo que pinto
sin profesionalidad y hago esto o aquello según me va dictando el ánimo, me veo
relativamente caótico frente a un conspicuo pintor que sigue una fórmula tan
identificable que el conocedor de pintura sabe atribuirle un cuadro a tres
metros de la cartela donde aparece su nombre.
Este juego que suelen hacer los profesionales consistente en
recitar el nombre del artista a varios pasos de distancia denota de una parte
que el creador se ha hecho previsible, y de otra que tiene registrado su estilo
como una marca. Esta circunstancia beneficia la compraventa, porque tener un tàpies en casa sin que parezca un tàpies viene a ser una frustración, pero lo
mismo cabe decir de un saura, un palazuelo o un feito. Parecería como si el pintor no llegara
a ser del todo considerado sin afirmarse / firmarse en la estampa de su
inequívoca composición. Y, sin embargo, ¿es interesante que un pintor se
dedique a su reiteración (Canogar, por ejemplo, es una sobresaliente
excepción)?
Sin embargo, mediante la identificación, no cabe duda, el buen
pintor gana mercado porque el mercado alrededor reconoce la etiqueta como la de
Louis Vuitton. Y el pintor ¿goza de su propia monotonía? ¿No sufre una condena
al seguir mostrándose siempre de la misma —o muy parecida— manera que en la
época en que logró triunfar? Picasso hizo de todo y casi todo le daba prestigio
—a partir de un momento— pero Picasso no es ejemplo de nada. Picasso es un
fenómeno y no una escuela. Menos un canon que una canonjía. Pero, ¿entonces?
Hay que pintar de modo que en que un matisse sea siempre un matisse o que unléger sea similar al anterior.
En la escritura, donde más tiempo he pasado, no ocurre
intencionadamente lo mismo. O eso me parece. Pero los libros que se almacenan
en los estantes ya no dan prestigio, y la pintura, sí. Sí, y en buen grado, de
modo que no se puede pintar al tuntún si se quiere ofrecer al comprador un
estatuario tam tam. Pero ese redoble social y económico,
¿no hace al artista esclavo? ¿No le condena su momento de gloria a una sucesión
de creaciones con menor creatividad y escasa experimentación? No lo sé.
¿Entonces? Entonces esta fue la pregunta que incomprensiblemente
no le hice a Xavier Grau y que se halla en el centro de mi experiencia porque
algunos críticos me dicen que siga pintando y pintando hasta lograr “un sello”.
Efectivamente, para seguir pintando necesito la estimulación de
estos nobles asesores pero intentar pintar de una manera “identitaria” produce
agobio y simplicidad. Precisamente la pintura es la máxima forma de lúdico
disfraz. Y si no es un juego de máscaras, ¿cómo puede hallarse su mayor
encantación?
De otra parte, ¿qué criterio es este que funda el logro no en la
libertad sino en la fidelidad? ¿Fidelidad de por vida? Porque ciertamente el
modelo se corresponde, ni más ni menos, con los plomizos valores burgueses: su
monogamia, la monótona adhesión a un dogma, la vida y la muerte en el mismo
lecho de Procusto o sobre el ahuecado molde del lienzo conyugal.
Vicente Verdú
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